Francisco Javier Larios Medina
Francisco Javier Larios Medina nació en Zamora, Michoacán, en 1957.Cursó la licenciatura en Filosofía y la maestría en Filosofía de la Cultura en la U.M.S.N.H. Ha publicado los poemarios Variaciones sobre una misma obsesión y otras bagatelas (1980), Poesía Ociosa –en tres descansos- (1982), Improvisaciones de la ira (1985), Limantria (1987), Poemas sin pájaros (1991), Entre el rescate y el naufragio (1992), La alegría enferma (1997), Lluvia de colibríes (2000), Oleajes (2002), Temprano se hace tarde (2004) y Serenata parasobrevivientes (2011). La Universidad Michoacana le editó el ensayo Bataille: un místico profano en 1993, el cuaderno de relatos Prosas de Tiripetío en 2003 y la antología de poetas michoacanos La generación del desencanto en (2010). También ha incursionado en la narrativa infantil con el cuento Pintorín y el espíritu del lago, publicado por el Instituto Michoacano de Cultura en 1998, dentro de la colección La troje encantada y El Colectivo Artístico Morelia, A.C. editó la plaqueta de microrrelatos: Apuestas al olvido (2010). Obtuvo el Premio Estatal de Poesía en 1981 y la Presea “José Tocavén” del Diario La Voz de Michoacán al mérito literario en 2003. Ganó el premio de ensayo “María Zambrano” en 2009. La Secretaría de Cultura de Michoacán editó su ensayo La poética de José Gorostiza y un modelo de interpretación de Muerte sin fin (2009) y la antología y el estudio crítico de narradores michoacanos: Cuentística michoacana (2013). Coordinó el taller de literatura de la Casa de la Cultura de Morelia y de la UMSNH. Impartió clases de filosofía y literaturas en el bachillerato nicolaita, fue director de la Escuela Preparatoria “Ing. Pascual Ortiz Rubio” y Jefe de la Librería Universitaria. Actualmente se desempeña como profesor-investigador de laFacultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
LA CAÍDA DEL ÁNGEL
A la memoria de Ángel Ganivet García (1865-1898).Precursor simbólico de la Generación del 98.
I
Viajo hacia el norte, siempre hacia el norte,
hacia las tierras frías y brumosas.
Dejo atrás a mis aldeas
bañadas de un sol que enceguece
y a un país, que se va oscureciendo poco a poco.
Voy huyendo del fracaso
y la debacle inevitables,
perseguido por los feroces
demonios de la melancolía;
que ya están a punto de alcanzarme.
II
Soy un hombre enfermo de tristeza.
Soy barro, lágrimas, olvidos
y un extraño dolor que no dice su nombre.
Sólo tengo de ángel el agua bautismal
que no logra lavarme los pecados,
“mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo”,
y el sueño impreciso de un edén subvertido,
bautizado antaño por beduinos sedentarios
como la erizada perla de los califas,
también llamada luego, aldea o patria de ceniza.
III
Voy buscando el fin de la tragedia
en el libro ignoto de los días,
con un desenlace que ya se había escrito.
Sobre las heladas aguas del río Dvina
puedo escuchar el canto seductor
de esa sirena que me llama,
inevitablemente a su regazo.
IV
Con el agua hasta el cuello
y al filo del naufragio
rememoro una infancia tan lejana y sombría.
Filigranas acuosas, estrellas doblegadas
ante el mentiroso reflejo de su brillo.
Tiempo líquido que fluye inevitable…
Ladrón de la tibieza perdida en aquellas manos
que maternas y amorosas me arrullaron…
Soledades maduras para cosechar de tajo.
Recuerdos que agitan el río
para dejarlo finalmente, calmo.
Agonía reveladora del instante: espasmos y fracasos;
caigo y me sumerge la pesada carga de la vida
y atado al cuerpo llevo el lastre
de inumerables sueños que no fructificaron.
Pero este suicidio será el único proyecto no frustrado.
La realidad es apariencia
y todo lenguaje, un engaño.