Olegario ángel de Floresta Le duelen las manos desacostumbradas…
Entusiasmado, empuja por primera vez las varas del carro bajo la luna
helada de junio.
Gaona abajo, mientras “El Chuli” acarrea los últimos cartones pergeñados
por la noche clara.
Se rasca la panza Olegario.
¡Últimamente se le da por hacer cada ruido…!
A las once…¡ruidos!
A las tres o cuatro de la tarde…¡ruidos otra vez!
¿es que la panza no se le ha acostumbrado, todavía?
Ya tendría que saberlo…en casa se come una sola vez al día. Lo demás: mate
cocido. Allá nunca sobró nada. Y desde que “el viejo” se “rajó” con la chirusa ésa
de la Pipi…¡menos todavía…!
Aunque a la final, es mejor… ¡claro que sí!
Su madre ya no tendrá que andar tapándose con mangas largas los moretones
que le dejaba él cada noche, cuando la fragilidad de las sábanas apenas le alcanzaba a
Olegario para amortiguar los gritos transportados por el vino de su padre.
Sus flacos trece años [ y su séptimo grado a medio andar] empujan con fuerza
incontrolable el carro semivacío, mientras la luna le tira destellos cómplices desde
Avellaneda y Gualeguaychú.
- Justito en la esquina de la “Portu”- como le decimos todos -
¡ja, le van a venir a él con que tenés que estudiar así salís de la miseria, Olegario!
¿para qué iba a hacerlo, si la Flori, el Julián y el Maico lo esperaban
berreando de hambre entre las maderas de la casilla allá en la “veintiuno”?
¿Qué podían saber la maestra o la bibliotecaria cuando le reprochaban que
traía incompleta la tarea o que no retiraba libros?
Olegario las miraba desde el banco con silenciosa tristeza.
Aunque él también las quería …no iba a explicarles nada. Ellas no podían
entenderlo. Entonces, metía la cabeza entre los hombros escuálidos y no había dios que
le hiciera pronunciar palabra.
-Olegario…¿Qué comiste anoche que ahora te duele la panza?... ¿seguro que
no es por la evaluación de Sociales?...¿ querés bajar al comedor a pedir la vianda?-
Y él apretaba los puños y decía que no con la cabeza.
No a todo: al hambre, a la evaluación que esperaba turno sobre el escritorio
de la Señorita Consuelo, al sánguche que se mostraba prometedor…pero que, sin
embargo, él guardaría dentro de la mochila…
Las luces a medio encender de la Gaona volvían más visibles las persianas
entornadas de La Floresta. Y una música tanguera endulzaba sus sentidos aunque sabía
que era música de viejos. En el patio de entrada un grupo de gente ultimaba detalles
para una excursión no se sabe a dónde…
Aguza bien el oído.
Quiere escuchar, pero el mareo lo distrae un poco…
Como sea, tiene que esforzarse hasta llegar a la Iglesia de La Candelaria,
frente a la Plaza Vélez Sársfield. Dicen que allá hay un comedor, que les dan abrigo y
que los quieren mucho…
Sigue buscando cosas para acumular en el patio de la casilla. Para vender.
Para aprovechar… algún juguete para sus hermanos, quizá algún abrigo…
La noche se presenta implacable y fría así que hay que “levantar” el doble…o
el triple de lo que lleva.
Sus breves trece años prometen a su vientre albores de ternuras olvidadas por
una mamá que cuando él llega - bien entrada la noche- dobla el resonar de los tacos en
la esquina…rumbo vaya uno a saber dónde.
El viento helado suele alargar sus sombras sobre los colchones en el suelo
de la casita en la villa.
Y la mami no regresa hasta bien altito el sol, cuando los hermanos ya salieron
para la escuela de jornada completa.
El problema es la cena y después, tratar de ahuyentar el frío que se
filtra por entre las maderas raídas.
La oscuridad nocturna suele cerrarse como pulpo sobre su cabeza rizada e
intenta dislocarlo haciéndolo jugar al olvido, distrayéndolo de sus deberes de hermano
mayor…
No puede pensar Olegario. Una puntada se le ha instalado ahí en el costado y no
hay tazón de sopa que pueda deshacerse de ella…
Entonces, de la torre de Bacacay y Chivilcoy se desata un vuelo de
palomas que acunan sus sueños de adulto precoz.
De chico que saltó etapas para elegir desvanecerse en medio del comedor - en
brazos de su maestra- que empieza a comprender por qué desde hace cinco días no va a
la escuela Olegario.
C.
LILIANA PINTOSMerecimiento de la tierra El vibrante chorro de agua se le desliza intermitente por la espalda y una
ráfaga de aire helado le recorre el cuerpo, haciéndole agachar la frente contra el pecho
desnudo. Y aunque el vapor empaña el espejo, ella busca ansiosa el reflejo de su mirada
“en cuarto menguante”… como cuando reía a su lado y solían convertírsele en dos
lunitas idénticas y pícaras.
¿cómo no se había dado cuenta antes?
…un clan es un grupo de gente que actúa como célula, al mando de una
sola persona. En algunos pueblos antiguos, es la mujer quien decide sobre el grupo
porque está capacitada para parir y prolongarse así en el “mandato” sobre los
demás…
Seca rápido su cuerpo con el toallón de los domingos y cepilla con fuerza
sus dientes, disponiéndose a peinarse con la paciencia de siempre: el largo de su cabello
nocturno requiere un tiempo particular de dedicación.
Por encima de las expectantes sábanas, las ventanas abren los brazos a los
surcos laboreados hasta donde no llega la vista…
Más allá [y como pintadas por el espíritu de algún alado] las cabras se
incitan mutuamente al pastoreo recorriendo con grávida ansiedad el suelo en declive.
Sin haberlo olvidado del todo, hace mucho tiempo decidió dejar atrás el olor
del asfalto mojado con las primeras gotas de lluvia, desandando los costados de la
mirada ausente en el trayecto de los colectivos que la llevaban de aquí para allá en la
ciudad anónima. Y decretó, también, alentar la ilusión de la historia que se repite a
veces… pero que otras puede ser “dada vuelta en el aire”.
Sin rozar el piso, siquiera.
Para resarcirse del maceramiento cotidiano del dolor o de la impotencia.
Amaru sabía que así y todo, esta tarde los recuerdos eran como un buril
rítmico y fatal tallándole el alma…
¿Cómo lo había sabido? Ya ni lo recordaba, siquiera. Lo cierto es que una
madrugada despertó sabiendo que tenía que averiguar cuándo y cómo el padre
de él había muerto. Nadie se lo había dicho con palabras habladas…sólo lo supo en
sueños.
De igual modo que aprenden los indios los designios del pasado y del futuro…
Como reconoce el chamán las plantas que curan en medio del monte…
Así, Amaru supo que habían omitido su existencia.
En mitad de la noche.
Con la respiración acompasada y rítmica de quien establece su primera
relación con el reposo estrellado.
Y de allí en más, supo también que denunciarlos y presentarlos ante la
justicia de los hombres, era para ella, una cuestión de dignidad.
Un derecho adquirido.
Al salir al corredor, el resplandor del sol alto le agrega estrellitas a la azulada
espesura de sus pestañas…Y siente la poderosa presencia de las alforjas de awayu
antiguo redoblando con insistencia muda desde lo alto del cerro…
Airosa, salpica con su pelo el púbico vello de los incipientes brotes de
habas mientras cruza la huerta. Se cruza la chuspa sobre el pecho erguido y salta
con paso seguro los dos escalones que la separan de la angosta vereda. Se siente
absolutamente convencida que Pachamama la protege de pies a cabeza…como cuando
le ofrendó con su mejor comida aquel primero de agosto, en la plaza central de ese
mismo pueblo que la recibió y la vio crecer como a una hija más de los cerros.
Los divisó cerca del portal de la Iglesia de la Virgen de Orkopiña .
Eran diez o doce entre hombres y mujeres…ellos, de saco y corbata. Ellas, de
pollera y pañuelo negros en la cabeza.
Ya desde media cuadra antes, los distinguió claramente: Clara y el
marido; Marigloria, la madre y el hermano; Jesús de Rivadulhas y la mujer. Y por
último, Jaime -el menor de los hermanos: el padrino.
[a veces, la traición se oculta detrás del rostro y las palabras de algunos
humanos que, por azar o elección, caminan en la misma vereda que nosotros]
Habían viajado desde lejos, Y la altitud de aquellas tierras generosas les
resultaba extraña y agresiva, haciendo estragos en los rostros serios y ojerosos. En las
piernas hinchadas…En la batalla desigual en la que habían arremetido juntos…
…se acurruca el sol intimidado ante el atropello de la codicia
desmedida, de la ignorancia desatada…Y busca de acomodar sus rayos de tal modo
que la solidez de la montaña le acuna el desarraigo hasta el nuevo día…
La tarde purmamarqueña hace gala de un silencio intimidante.
Aunque ellos imaginaron sabe Dios qué tipo de encuentro, Amaru apenas les dirige
una sonrisa, señalándoles con el dedo índice el camino hasta el Registro Civil. Con los
sentidos bien despiertos, se encasqueta el chulo hasta la línea de sus ojos aindiados y
sin mediar palabra, encabeza la columna en dirección al Juzgado .
-…la gente del norte es tan sumisa…!... al final…¡tampoco era para tanto, si
lo único que hicieron fue guardar silencio! Cuando hubo que declarar los
familiares del extinto, la tentación fue tan grande que, por un segundo, se miraron
vacilantes. Y sin dudarlo más -como si se tratara de un pacto sobreentendido por todos-
decidieron omitir su nombre ¿quién iba a enterarse? -
El frescor de la tarde comienza a cernirse sobre los pies desahuciados de
aquellas figuras que parecen desgajarse sin remedio en la transparencia del
paisaje…
La oscuridad de la noche sagrada se inclina a cerrarles el paso en el mensaje
de su silencio sabio. Y aunque el camino no es demasiado largo, la densidad del aire
les quiebra la respiración, mientras se buscan intentando acompasar el cuchicheo para
darse valor mutuamente.
-…que se reabra el juicio inmediatamente -ha ordenado Su Señoría-que los
firmantes se notifiquen de ser los responsables directos de la afirmación realizada,
pagando gastos, intereses, tasas, sellados y costas.-
Entonces, las palabras del Juez resuenan como un chasquido en medio de la
sala y parecen venir retumbando desde lejanos lugares, como si no fuese él quien habla.
Por entre las cornisas, las palomas de la Iglesia vigilan cada movimiento.
Amaru siente que está dando el salto desde el otro lado de la grieta. Y ve
de reojo el temblor de aquellas manos y barbillas balbuceantes.
Los escucha componerse la garganta; rechinar las mandíbulas y revolverse
incómodos desde el fondo del salón. Las volutas de sahumerio de coca, llicta y
romero exhalan en bocanadas anunciadas la voz de Patchakuti que se alza desde el
centro mismo de la cosecha de maíz y de cebil .
La intensidad del cielo nocturno parece susurrarle al oído: -almendraste tus
ojos de tal modo…que hasta los chalchales enmudecieron el vuelo-
Hija natural del trueno y de la tierra…
Retoño directo de Wirakocha y las estrellas… le devuelven a tus manos
fértiles la cosecha de las tierras usurpadas. Y tendrás el cuenco retornado entre los
brazos para acunarlo tiernamente, mientras entonas la vieja canción de cuna que en
sueños te cantó el viento en una noche de marzo.
MARI MARIbiografia:
Breve biografía de la autora
Liliana Pintos nació en Ayacucho [un pueblito de la Provincia de Buenos Aires, Argentina] el 21 de octubre de 1956.
Sus orígenes humildes y sus constantes deseos de superación la llevaron a vivir a Mar del Plata, ciudad en la que trabajó y estudió obteniendo los títulos de Profesora en Educación Inicial y Maestra para la Enseñanza Primaria.
Ya en Buenos Aires, cursó la carrera de Bibliotecaria Profesional, desempeñándose en Escuelas Primarias del Gobierno de la Ciudad, al tiempo que desarrolló investigaciones sobre temas de Diversidad Cultural en inmigrantes de países latinoamericanos.
Cursó el Posgrado y la Especialización en Lectura, Escritura y Educación, y el de Identidad y Pedagogía en FLACSO.
Actualmente se desempeña como Maestra Secretaria en Primaria, escribe cuentos y ensayos, publica en periódicos digitales [UNJU, MAPUCHE 42, PALABRAS DIVERSAS, 7 CALDEROS MÁGICOS] y participa en certámenes literarios nacionales e internacionales.
lilipintos@yahoo.com.ar